EL CUARTO - CUENTOS Y RELATOS CORTOS - PRIMERA PARTE - TODOS LOS CAPÍTULOS

 




CAPÍTULO 1 - LA SITUACIÓN DE LAILA

En un lugar, de cuyo nombre, prefiero no acordarme, había un cuarto. En aquel cuarto se daban las situaciones más soslayadas. Había un hombre, Gastón se llamaba. Por sus formas, era muy similar al personaje de "La Bella y La Bestia", pero, esta vez sin Bella. Gastón era machista, rudo, posesivo y putero. Digno de un “homenaje” y “reconocimiento” a su labor, (lo digo con ironía).

Cierto día, realizábamos las tareas encomendadas. Mientras tanto, Gastón paseaba con el coche oficial. Era un coche blanco que llevaba serigrafiado el logotipo de la empresa. Paró donde estaba Laila y le dijo ¡sube! y ella subió al coche. Laila tardó en volver.

Cuando regresó estaba afónica, me preocupé y le pregunté ¿Qué te pasó? y ella no respondió. Durante un instante, nos quedamos frente a frente, mirándonos a la cara. En ese espacio de tiempo, una lágrima recorría su rostro y el desconcierto quedó reflejado en el mío.

Catalina se acercó y con cierta picardía le preguntó: "¿a dónde fuiste?" y ella, respondió: "al Cuarto". Laila no dijo nada más. Tuvo náuseas y corrió. Catalina la siguió y yo también. Laila sintió la fatiga típica de estómago vacío y después de un par de arcadas, expulsó un líquido blanco y viscoso. Busqué agua y le di. Catalina sujetaba su frente y se quedó atendiéndola. Continué con mi trabajo. Laila se sintió mejor y estaba contando lo ocurrido a Catalina. En esto, Catalina empezó a reír a carcajadas y Laila, todavía afónica, le siguió la risa.

Así se reincorporaron a sus tareas y yo, me sentí aliviada y seguí con lo mío.

Laila había sido prostituta, lo seguía siendo, y, aunque allí no había ido para vender su cuerpo, Gastón lo había comprado. Laila tenía cáncer de ovarios, Gastón lo sabía y, aún con todo, tuvo la desfachatez de comprar su cuerpo o tomarlo prestado durante un rato. Desde entonces, tengo a Gastón atravesado entre ceja y ceja. Por esto, y por algunas cosas más…


CAPÍTULO 2 - LAILA

Estuve preocupada por lo que ocurrió con Laila. Quería entender lo que estaba pasando, la situación resultaba ser algo confusa y decidí ser prudente.

A la mañana siguiente, me encontré con ella y el resto del grupo en El Cuarto. Su actitud era muy diferente de la que traía el día anterior. Aquella mañana Laila estaba sonriente, bromeando e incluso tonteaba con Gastón.

Y yo, en vista de lo visto, pensé que lo mejor sería mantenerme al margen. Pues en lo que sea que haya ocurrido entre Laila y Gastón, le correspondería a Laila hacer una queja por escrito o poner una denuncia y a ella no se le veía ni la más mínima intención de quejarse o denunciar. De la noche a la mañana, Laila había tenido un cambio radical. Es decir “aquí paz y después gloria” o algo así.

Laila era una mujer joven, hermosa e inmigrante. Había venido desde un lugar muy lejano. No se como llegó hasta Tierra de Caciques y no podía entender qué hacía trabajando en El Cuarto porque aquella no era su profesión real. Algo debió llevarla hasta allí, entiendo que fue su salud porque solamente estuvo trabajando unos dos meses. Tiempo suficiente para tener Seguro, cotizar algo y coger una baja médica.

La última vez que vi a Laila fue cuando pasó para despedirse. Se fue de Tierra de Caciques y nunca más volví a saber de ella. No sé si salió bien de su operación, si está recuperada o no…

Solo sé que antes de su despedida ocurrieron más cosas y más graves en El Cuarto. 


CAPÍTULO 3 - LA SAGA DE LOS PERLÀ


Cucaña Perlà era tosca y ordinaria como ella sola. No había hecho nada positivo por ganarse un puesto de trabajo. Sin embargo, allí estaba trabajando. Su padre, Merlín Perlà había sido funcionario y antes de jubilarse procuró un puestito para cada uno de sus hijos y consiguió enchufarlos a todos en el Gobierno de Tierra de Caciques, por eso, Cucaña tenía trabajo fijo.

Merlín Perlà y mi padre habían sido amigos, sobre todo, de juergas. En mi casa se notaba la escasez de alimentos cada vez que estos dos elementos se dejaban el dinero en la casa de las putas. No ocurría lo mismo en casa de Merlín, pues a pesar del derroche, su economía permanecía eternamente intacta.

Cucaña había heredado la costumbre de su padre, es decir, juergas de beber hasta el amanecer con su consecuente derroche. En este aspecto, era igualita a él.

Al parecer, estas juergas no afectaban a su trabajo porque, aunque viniese de amanecida, igualmente se incorporaba a su puesto. Además, la suerte estaba de su parte porque había conseguido ese trabajo sin haber hecho ningún concurso, examen u oposición. Su aval era “su experiencia en el puesto y su padre”.



CAPÍTULO 4 - CATALINA


Catalina era natural de Tierra de Caciques. Llamaba la atención porque en Tierra hay pocas personas pelirrojas con ojos claros. Su carita de “niña buena” y su expresión facial me decían que podría tratarse de una buena persona, a pesar de estar allí.

Un día nos tocó trabajar juntas. Después de desayunar, tomamos café y encendí un cigarrillo. Catalina encendió otro. Al momento, empecé a notar un olor fuerte y extraño. Busqué la procedencia de aquel olor y me percaté de que ¡Catalina se estaba fumando un porro!

Entonces, le dije:

¡Si quieres seguir fumando esa mierda, vete a una esquina donde nadie te vea, pero aquí, al lado mío, no!

Después intenté llegar a un acuerdo con ella, para poder seguir trabajando y respetándonos mutuamente.

Ese día hablamos de lo ocurrido con Laila. Catalina había estado varias veces allí y conocía bien todo cuanto acontecía en aquel lugar. En cambio, yo… era la primera vez que entraba en el Área del Cuarto y no entendía nada de lo que ocurría a mi alrededor, aunque algo intuía.

Catalina me contó que Laila había tenido sexo oral con Gastón. Ella trataba el tema con total normalidad. Al parecer, tener sexo con las trabajadoras, era costumbre habitual de Gastón.

Gastón resultaba atractivo para las mujeres. No sé si ellas cedían porque realmente les gustaba él o era cuestión de relación superior-subordinada. En ese instante, pensé que quizás sería lo segundo.



CAPÍTULO 5 - SANCHINA


Sanchina fue mi compañera de trabajo y de fatigas. Fuimos las únicas que empezamos y terminamos juntas el contrato. Trabajar le hacía mucha ilusión porque tenía novio. Su novio estaba en Nueva Galia y ella quería ahorrar dinero para irse a vivir con él.

Sanchina era una mujer callada, aparentemente tranquila. Era no fumadora y no bebía en horario laboral. Iba a lo suyo, que era trabajar. Quizás esta fue la razón por la cuál nos entendíamos bien en temas laborales y nuestro trabajo salía adelante.

Cada día, en la hora del desayuno, su novio la llamaba por teléfono y hablaba con ella e incluso le decía que me diera saludos. A Sanchina se la veía muy ilusionada y así estuvo varios meses.

Algo cambió en la vida de Sanchina. De un día para otro, su novio dejó de llamarla y era otro hombre quien la llamaba por teléfono a la hora del desayuno. Sus conversaciones no se parecían en nada a las habituales. Con aquel hombre, ella tenía conversaciones subidas de tono (más bien por parte de él) y poco apropiadas para la hora y lugar.

Su comportamiento me pareció extraño. Intuía que algo raro estaba ocurriendo y no sabía qué podría ser. Pasaban los días y Sanchina se estaba volviendo diferente. Tan diferente estaba, que, llegado el momento, me planté y le pedí explicaciones porque había cambiado, incluso en su rendimiento laboral.

Sanchina no me dio explicación alguna. Sino todo lo contrario, se cerró en banda, se resintió y dejó de hablarme. Aún así, algo había en ella y ese algo no era nada normal.

Decidí hablar con otras compañeras por si alguien pudiera saber qué le estaba pasando y ayudarla, pero nadie me hizo caso. Incluso pedí cita y hablé con Reparo. Tampoco me hizo caso. No le dio importancia alguna a lo que yo le decía. Pasó olímpicamente de mí.

Nuestro contrato finalizó y yo me fui del Área del Cuarto.

Pasaron unos meses y, una mañana, me puse a leer la prensa local y vi la foto de Sanchina en una noticia. ¡Sanchina estaba involucrada en algo muy, muy grave!

Al leerlo, me quedé estupefacta y desde entonces, sigo pensando que lo de Sanchina pudo haberse evitado.

Aunque solo fuese una intuición ¡Lo de Sanchina pudo haberse evitado!



CAPÍTULO 6 - LA GUARDIA DEL SOMBRERO NEGRO


Por aquellos días, en Tierra de Caciques ocurrió un suceso muy grave, por esta razón, un miembro del Cuerpo de la Guardia del Sombrero Negro difundió unas fotos a través de Redes Sociales. Aunque este hecho es ilegal, fue apoyado y vitoreado por todos los habitantes de Tierra. En aquel momento, yo estaba trabajando en el Área del Cuarto y había un gran revuelo con aquel suceso.

Días antes, había visto por la calle a un joven al que no saludé porque no le conocí. Parece ser que él si sabía quién soy. Debió ser que se sintió incómodo con mi no-saludo porque se acercó y en tono chulesco, me preguntó: _¿Quieres poner la cara por la mía en una foto?_ . No entendía nada de lo que aquel joven me estaba diciendo, pero, si que me hizo cabrear y le contesté. Vamos a ver: ¡¿Y ahora, por qué tengo yo que poner la cara mía por la tuya en una foto?! ¡¿Tú quién eres?! Automáticamente, el joven se tapó su cara con sus manos y se fue muy deprisa, huyendo, sin decirme nada más. Pensé que debía tratarse de algún amigo de la gente joven de mi familia y quizás se fue avergonzado. No le di mayor importancia.

Pasaron días hasta que me acordé del joven. En una fiesta popular de Tierra de Caciques, intenté evitar una pelea. Agarré a uno para separarlo del otro y no había forma humana de desprenderlo porque el otro le tenía fuertemente sujeto por la camisa. Otro hombre vino para ayudarme y le dije: "Aquí la única forma es arrancarle la camisa a éste". Entonces, cogí un lado de la costura, él cogió el otro lado y le dije: ¡tira!, le rasgamos la camisa y así conseguimos separarles. Dejé a un joven musculoso, tatuado y sin camisa en medio de una fiesta. En esto, la Guardia Local de Tierra se abalanzó sobre nosotros y querían llevárselo. No entendía nada, pues entre ellos hablaban y decían que le conocían. Sólo por eso querían llevárselo, aún, cuando en ese momento el joven no estaba haciendo nada malo e impedí que se lo llevaran. En vista de los hechos, me fui a casa y no quise saber más de fiestas.

Había otro joven que estaba incontrolable, como un caballo desbocado. Fue arrestado por la Guardia del Sombrero Negro y en los calabozos le dieron una paliza que duró toda la noche. Entre unos hechos y otros, la Guardia Nacional abrió una investigación que culminó con la detención de dos agentes del Cuerpo de la Guardia del Sombrero negro por tráfico de drogas y blanqueo de capital. Estos hechos habían sido perpetrados en dos pisos que, se supone, estaban destinados para testigos protegidos y denunciantes de corrupción (pisos francos). Y a éstos dos Guardias del Sombrero Negro, no les sacaron fotos con sus caras en los medios de comunicación, a pesar de ser un hecho delictivo grave.

Todo empezó cuando la foto que el Sargento Portento difundió ilegalmente, llegó a mi teléfono móvil. Durante el fin de semana, hubo sirenas, persecuciones y detenciones de personas jóvenes. Algunas, visiblemente drogadictas.

Eran fechas muy próximas a la Navidad y yo estaba ultimando unas compras e iba acompañada por Nerea, una persona muy cercana a mí. Pasamos por delante de los Juzgados y había gran cantidad de gente aglomerada en la acera y también en la calle, como si de un gran evento se tratase.

Quise detenerme entre la gente, para ver qué estaba ocurriendo, pero Nerea, tremendamente insistente, me sacó de allí a empujones y no pude ver lo que estaba pasando. Nerea me dejó en casa y se fue muy deprisa. No volví a salir de casa porque no quise quedar mal con Nerea y decidí hacerle caso.

Al día siguiente, era sábado y me tocó trabajar en grupo. Los acontecimientos del viernes eran la “comidilla del pueblo”. Hablaban de los detenidos y de las detenidas. Trabajé con Sanchina, Laila y Catalina. No sé por qué razón, ese día, también vino Cucaña Perlà y se fue a trabajar con Nicolás.

Nosotras iniciamos las tareas encomendadas, bien organizadas y a toda pastilla. Cucaña se puso a hablar con Nicolás y allí quedó. Nosotras continuamos con nuestro trabajo y llegamos a la Plaza de Caciques en tiempo récord. Estuvimos esperando bastante tiempo, y nadie más llegaba.

En esto, estuve hablando con Catalina de las detenciones del día anterior, pues ella si que estuvo en los Juzgados, acompañando a su tía, porque su primo estaba entre los detenidos. Saqué mi móvil y le enseñé la foto que circulaba por las redes. Le pregunté de aquellos chicos, quién más estaba detenido y me respondió que todos.

En prensa salió publicado que hubo más detenciones y, por Catalina, me enteré de las demás personas que todavía estaban en el calabozo. Aún así, no lo pude confirmar. Llevábamos un rato esperando, habíamos terminado nuestras tareas, nadie aparecía y nos fuimos, cada una a su casa, de buen rollo y contentas con el trabajo realizado.

En aquel momento creí que, para trabajar, solamente era necesario tener motivación. Mis compañeras estaban motivadas y aquella sensación de motivación me hacía sentir bien.

Lo que nunca pude imaginar, fue lo que pasó el lunes, cuando llegué al Cuarto para iniciar mi jornada laboral.



CAPÍTULO 7 - ¿ABUSO DE PODER O REPRESALIA DESCOMUNAL?


En el Área del Cuarto, Gastón se encargaba de organizar y ordenar las tareas diarias de cada trabajadora. Luego, al final de cada jornada, volvía para cerrar.

Al llegar al Área, cuando estábamos todas, Gastón nos dijo: “¡Todas pa’ dentro!” y entramos en el cuarto.

Al parecer, Nicolás ya sabía lo que nos iba a pasar. En la puerta estaba, frotándose las manos y deseando que llegase el momento de nuestra entrada en el cuarto. De hecho, así se lo había hecho saber a las demás.

Cuando entramos, Gastón nos dijo:

Que estábamos todas arrestadas y el próximo sábado saldríamos todas a las 12. Nos quedamos a cuadros, entonces, le pregunté: ¿Podemos saber por qué? Y respondió porque un grupo se marchó antes de la hora. Y si un grupo se marchó, ¿por qué estamos todas arrestadas? Entonces, cucaña, que estaba al lado de Gastón, se cabreó y dando voces se marchó diciendo: "¡ Sí, si! ¡yo me largo! ¡ Y después tienen la cara dura de decir que el otro es un gandul!. Refiriéndose, obviamente, a Nicolás. Intenté detener a Cucaña para que se quedase a hablar y no se quedó, siguió dando voces y se marchó. Entonces Nicolás dijo: ¿me llamaron gandul?, a lo que respondí: no trabajas, te largas, entonces ¿Qué eres? Pues un gandul.

Nicolás, que estaba en la puerta, entró en El Cuarto, todas las mujeres se hicieron a un lado. Había dos filas a izquierda y derecha. Gastón estaba al fondo. Nicolás y yo quedamos al centro. Algo me dijo, que no recuerdo, sé que le respondí: "Sí, sí. Tu los derechos te los sabes todos, pero los deberes se te olvidaron". Viéndose sin argumentos que no fuesen rebatidos por mí. Empezó a atacarme por lo personal y decirme: "¡Tu has tenido problemas aquí, allí y en todas partes!", "¡Tu estuviste en el calabozo!", "¡Tú estás loca, tu estás mal!". En ese instante, me empezó a cabrear, levanté mi puño izquierdo, con el dedo índice hacia arriba, lo puse delante de su cara y le advertí ¡ten cuidado, ten cuidado!. Pero Nicolás seguía insultándome. Me generó tal impotencia, que estuve casi a punto de meterle un puñetazo. En ese segundo de tiempo, reflexioné, me giré hacia Gastón y le dije: "¡A ver si haces algo, porque estoy viendo a éste tío estrellado contra la puerta!".

Gastón me dijo: "Tu lo insultaste a él primero" y les dijo a las otras dos ¡llévenselo y que le den una tila!. Culpándome a mí de lo que estaba pasando.

Y yo, cabreadísima, en medio de aquellas mujeres, dije:

¡Miro a un lado, hacia el otro lado, solo veo mujeres! ¿Saben lo que me hacen sentir? ¡vergüenza ajena! ¡sí! ¡vergüenza ajena! ¡y esas que dicen que son feministas parece ser que nos han vendido a todas! y todo, con un tío que "¡o nos folla o nos amenaza!" "¡una de dos!" ¿Qué mierda de reinserción es ésta que nos están dando? ¿Dónde está nuestro dinero?

Cuando terminé de decir estas palabras, vi que a mi lado había una mujer que me miraba de arriba hacia abajo con desprecio. Era Reparo Caquín, la líder del partido político al que había votado durante toda mi vida. Realmente había votado por unos ideales, pues, a esta mujer no la conocía de nada y era la primera vez que la veía. Algo dijo, que no recuerdo, a lo que respondí: ¡¿Ah, sí!? ¡Pues yo me voy a trabajar! Le dije a Sanchina, "cuando te digan, vamos". Y la esperé fuera del cuarto. Me sentía como una bomba atómica, parecía que todo mi cuerpo iba a explotar, sin embargo, nadie me ofreció una tila.

Nota: no tengo antecedentes penales, ni una multa, jamás he pisado un calabozo, pero no importa. Entré en el Área del Cuarto porque me quedé a cero euros de ingresos económicos, pero, no importa, da igual...



CAPÍTULO 8 - ¿QUIÉN ES NICOLÁS?


Estos hechos son el preámbulo de lo que ocurrió en el capítulo anterior:


Decía el Convenio Colectivo de los Trabajadores del Gobierno de Tierra de Caciques que había que tener especial cuidado con los drogodependientes (trato especial). Tendrían derecho a un trabajo si previamente habían hecho un programa de desintoxicación con un informe favorable. Sin embargo, esta norma no se aplicaba en Tierra de Caciques.

Desconozco la procedencia de Nicolás, aunque intuyo que su entrada en el Área del Cuarto debió ser por una situación muy parecida a la de Cucaña. A Nicolás le habían colocado en diferentes puestos y siempre se quejaba. Otro tanto de lo mismo ocurría con sus compañeros, que también se quejaban de él. Por esta razón era el único hombre del grupo, además de Gastón.

La estatura de Nicolás era, bajito, muy delgado, a veces descuidado. Realmente no trabajaba. Por esta razón, Gastón le encomendó la labor de supervisar nuestro trabajo. Dos veces lo enviaron con Sanchina y conmigo. A media mañana, Nicolás se iba y regresaba a la hora de finalizar el trabajo. No sabíamos dónde se metía. Aunque nos dimos cuenta de que se iba para el bar o se traía el alcohol en una mochila y se escondía para beber. A pesar de que nos dejaba solas y hacíamos todo el trabajo, no nos quejábamos de él ante los superiores.

Otro día, enviaron a Nicolás para supervisar el trabajo de Laila y Catalina. A mitad de jornada, me encontré con ellas, venían caminando desde lejos. Al llegar, pude observar, que Catalina estaba roja, enfadada, con una expresión muy parecida a la niña del exorcista. Laila nos contó que se habían perdido porque Nicolás las había llevado por un camino que no era. Y Catalina decía: ¡Este hombre no trabaja! ¡como le vuelvan a enviar otra vez con nosotras, le pego un palo!

A cien metros de distancia, venía Nicolás. Al pasar por nuestro lado dijo: "Estas dos se me escaparon, ahora el jefe me echará la bronca a mí". A lo que respondí: _No me digas nada y sigue tu camino_


CAPITULO 9 - EL ARRESTO


Al día siguiente, martes, no fui a trabajar porque tenía cita médica en especialidades. De hecho avisé y entregué el comprobante de que había acudido a la cita. En El Cuarto ocurrió una bronca peor que la del día anterior. Al parecer, Cucaña habló para todas, también habló de mi sin estar presente y sin tener la oportunidad de defenderme.

Habló muy bien de Nicolás y le expuso como víctima de nosotras. Argumentó que era imposible que nosotras hiciésemos aquel trabajo en tan corto intervalo de tiempo.

Al final, según la irrefutable versión de Cucaña, Nicolás era la víctima y nosotras las verdugo.

¡Que baje Dios del cielo y lo vea! porque sigo sin entender nada.

La realidad es que, mientras nosotras realizábamos nuestro trabajo, Cucaña se había entretenido en hablar con Nicolás. Por esta razón, el trabajo se les retrasó. Y pretendían que nosotras hiciésemos nuestro trabajo y el suyo. El de Cucaña por su "enorme experiencia vocacional en el puesto" y el de Nicolás "porque le habían encomendado supervisar nuestro trabajo".

Y ese día nos pusieron un "arresto" que además tuvimos que cumplir.

Sanchina me contó lo que Cucaña había dicho, pero no me dijo nada de lo del arresto. Es más, el arresto se hizo sin comunicarnos nada...

De hecho, entre los demás trabajadores y trabajadoras del Gobierno de Tierra de Caciques, regaron el rumor de que nosotras nos habíamos "fugado" de nuestro puesto de trabajo y habíamos discriminado a Nicolás.

Pero ¿Qué había entre Cucaña y Nicolás? ¿Por qué le defendía tanto?

Lo que había entre ambos, no era ni más ni menos que el alcohol y quizás, alguna que otra sustancia. De todas formas esto no tiene importancia, pues como dije al principio de éstos relatos, "En aquel cuarto se daban las situaciones más soslayadas".

Así nos va...


CAPÍTULO 10 - EL CUMPLIMIENTO DE LA PENA


Y llegó el día de la pena. Nos “arrestaron” sin que hubiese alguna autoridad competente en la materia. El arresto consistió en lo siguiente:

A las 7 de la mañana, Gastón nos ordenó salir desde un punto concreto y llegar hasta la Plaza de Caciques. A esa hora era de noche, había oscuridad y según íbamos avanzando en nuestras tareas, nos dimos cuenta de que estábamos solas, no había nadie más.

Laila y yo hablamos. Nos habían puesto el mismo recorrido de la vez anterior y debíamos hacerlo en el mismo tiempo. Pues, el resto de personal laboral apoyaba la idea de la imposibilidad de hacer todo aquello en tan corto tiempo.

Nos organizamos: Layla y Catalina por la izquierda. Sanchina y yo por la derecha. ¡Y vaya que si avanzamos! Fue parecido a una maratón donde ninguna se rindió.

¡Y realmente llegamos a la Plaza de Caciques en tiempo record!

En la plaza estaba Cucaña, rodeada por el resto de personal e imitando mi forma de hablar y mis gestos en plan “tocapelotas”. Gastón se acercó rápidamente hacia nosotras, en esto le dije ¿podemos hablar? Y nos apartamos un poco para que nadie oyese nuestra conversación. Le dije ¡mira el reloj! Mientras señalaba al reloj de la plaza. ¿Ese reloj está bien? _Si_ respondió. Son las nueve menos cuarto, dije y añadí: ¡queda demostrado que este trabajo en este tiempo sí se puede hacer!

En aquel instante, creí que el asunto quedaría zanjado, pero no fue así. Gastón no paró. Es más, sin tener obligación de hacerlo, le pedí disculpas por habernos marchado antes y por haberme parado a hablar con mis compañeras, la vez anterior. Añadí que había un asunto que quería saber y por eso quise preguntar.

La respuesta de Gastón contenía de todo, menos lo esperado. Debió ser porque mi concepto de la palabra jefe, era totalmente opuesto de lo que pude observar en Gastón.

Su respuesta fue: “si quieres saber algo, te subes al coche y vamos a dar una vuelta o vamos al cuarto, que yo te digo”.

Gastón era así de sutil. Decidí no arriesgarme a comprobar si aquello lo decía en un sentido u otro.

Me pregunté ¿Quién habrá sido el que nos ha metido este jefe?

Volví mas veces al Área del Cuarto. Con el tiempo descubrí que quien eligió este jefe sin ningún tipo de formación o examen para ocupar el puesto fue Reparo Caquín y su partido político.

Reparo Caquín era de izquierdas, feminista y cada 8 de marzo, en la Plaza de Caciques, levantaba el puño con ímpetu.

Ocurrieron más cosas con diferentes mujeres en El Cuarto y Gastón salía impune de todas las situaciones.

Entendí que Reparo Caquín nos había vendido a todas a cambio de un puñado de votos. Me dolió saberlo y dejé de votar. Jamás en la vida volveré a depositar mi confianza en un partido político.

En cuanto a la foto de los delincuentes, me enteré de todo aquello que Nerea quiso ocultarme desde el momento que me sacó a empujones de delante de los Juzgados. Ayudé, en la medida de lo que pude, al chico que me hizo cabrear aquel día en la calle. Su conducta conmigo no se parecía en nada con lo que había leído en prensa. Era un chico muy callado y conmigo fue muy educado. Ni una mala palabra, ni un mal gesto, ni nada de nada… Desconozco los detalles del delito y tampoco quiero conocerlos. Fui a visitarle y pude verle a través del cristal. Cogí el telefonillo y le dije: este no es tu sitio. Debió ser porque mi mente no aceptaba la realidad que tenía ante mis ojos. Él se emocionó y yo también. Pero, no exteriorizamos nuestra emoción. Fui capaz de aguantar estoicamente hasta que salí de allí. No volví porque no me sentía capaz de volver a verlo en aquella circunstancia.

Aquí Sofía, desde Tierra de Caciques, criticando las injusticias y haciendo uso de uno de los pocos derechos que me han dejado. Constitución Española de 1978 - Artículo 20


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